Crees que lo has visto todo hasta que ves Los encantados, la película de Ricardo Dávila que provoca un encantamiento envuelto de duermevela, ahí justo en la frontera entre la realidad y el sueño.
Mezcla El discreto encanto de la burguesía, Holly Motors, La gran belleza, las películas de La escuela de Barcelona y el cine de Kaurismaki. El resultado no tiene nada que ver con Los encantados, pero te dará una pista de los hechos aquí acontecidos.
Soy admiradora ortodoxa del surrealismo purista. Años ha entregué mi alma a Fellini y Buñuel, víctima de la fascinación por el delirio y lo inconexo, pero he hecho hueco a este eclipse maravilloso creado por el talento extraordinario de Ricardo Dávila.
El surrealismo es el género más complejo posible: la estructura narrativa reproduce los razonamientos mentales, conectados por asociaciones de ideas aparentemente inconexas. Del musical a la reflexión de los objetos de madera asociados a la naturaleza femenina, el cante hondo, la pobreza en el mundo o el cinismo de lo divino y lo humano, Los encantados es un delirio maravilloso, desternillante y sorprendente, desconcertante, “muy loquísimo”.
Uno no sabe lo que tiene hasta que no lo tiene. Y eso es lo que nos hace ser conscientes y valorar lo que tenemos cuando todavía lo tenemos. De repente, nos ponemos a comparar y vemos que otros están peor.
Que mi belleza gira en torno a tu vértigo. Que no soy bella si no me miran tus ojos y te caes.
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